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domingo, 27 de abril de 2014

Niños, Pascua de chocolates, buses y peligro. Parte 2

Este escrito es la segunda parte de este post. 

El cobrador sigue firme en la exigencia pregonada, repite lo demandado, el hombre armado mira aún fijamente a los invasores, su mano apreta con cada vez más fuerza el dispositivo, la tensión aumenta. Siento que en el momento que el grandote violente a alguno de los pequeños voy a reaccionar, así siempre lo hecho, me pongo tenso, latente a lo inminente. El hombre de prominente barriga y cabeza sudada acomoda el rectángulo cuadrado en su mano derecha, da un paso al frente.

 En ese mismo instante un pasajero se propulsa desde su asiento y pronuncia orgullosamente "yo pago el pasaje". Casi como si estuviera dando respuesta a una pregunta que yace en el aire. El conductor no escucha, el cobrador tampoco, siguen empecinados en que estos chicos bajen del bus. El misterioso pasajero repite la frase. Uno de los hombres le responde que debe pagar cinco pasajes, lo dice con tono despectivo, con un tono de duda al mismo tiempo, deja entrever una pequeña esperanza de que el hombre recapacite, 5 pasajes es el equivalente a $3.750 pesos chilenos o 15 reales.

Cinco niños, sin zapatos, sin ropa, sin padres, sin cuidados, deben pagar el pasaje completo, así dictan las reglas, así dice el sistema. 

El valiente pasajero, se aproxima al cobrador para saldar la deuda. Es calvo, usa una gorra deportiva negra, jeans y polera del mismo color. En ese mismo instante uno de los jóvenes forajidos, el mayor, que debe tener 8 o 9 años, reclama al conductor que uno de ellos tiene apenas 5 años, que no cumple con la edad mínima para ser cobrado, le indica al amable pasajero que sólo debe pagar 4, nadie escucha, nadie responde. Mientras el hombre paga, le manda una señal al chico, indica que está todo bien, levanta su pulgar derecho en símbolo de aprobación. Nunca sabré cuantos pagó, nunca sabré su nombre. 

Me conmuevo con la acción de este joven, debe estar entrando en la cuarta década, yo quería pagar la mitad, quería darle dinero a cada uno de esos niños, quería gritarle a todos en ese bus que yo también quería ayudar. Busco en mis bolsillos, apenas monedas, apenas burlas, apenas metales para dejar en la botella de las chauchas, de los vueltos. Frustración número 1. 

Con una muestra de decepción el hombre armado les indica que deben permanecer en la parte posterior del bus, con gesto amenazante espera hasta que ellos hagan caso a la orden y se ubiquen ordenadamente en los asientos más alejados del resto de los presentes. Nunca sabré porque carga un arma. 

La tensión se disipa del aire tan rápido como se creó, pero no completamente. Los pasajeros miran hacía atrás, miran de reojo, comentan entre sí, murmullan. La preocupación define sus expresiones, miro de reojo, están detrás de mi. Pierdo el temor, me aborda una tristeza y una angustia. Pierdo el temor, las imágenes de terror y violencia de cientos de miles de hora de noticiarios pierden fuerza. 

Pienso en silencio: "¡Son niños, son niños!". Nunca sabré sus historias. 

El salvador entra en escena nuevamente, sentado de piernas hacia afuera del asiento, toma una de las bolsas que carga, saca una caja roja, cuadrada y cubierta con una cinta, seguramente un regalo que había comprado ese día para alguien o un presente recibido anticipadamente. 

Es víspera de Domingo de Pascuas, en Rio de Janeiro se acostumbra dar de presente chocolates a seres queridos, amigos, novias, familiares. Toma la caja, la pone sobre su mano, abre la tapa que descubre dos docenas de bombones cuadrados, la levanta y la muestra a los niños con ademán de obsequio. La pandilla de pequeños viciosos se abalanza sobre el inesperado regalo, saltan y hablan alto, celebran entre sí, no logran contener la emoción.  El mayor de ellos toma la caja, y llama a la calma, "alcanza para todos" exclama con voz de autoridad, sus compañeros se tranquilizan.

Estoy ubicado al lado izquierdo del bus, casi al frente de la puerta trasera, los chicos se ubican en los asientos que están justo detrás de la puerta, tanto en las hileras del lado izquierdo como los del lado derecho. Tres corridas de asientos que se ubican al lado derecho del bus y delante de la bajada posterior, son ocupadas por tres hombres, cada uno emplazado ordenadamente en el asiento de la ventana. Desde la salida hacia la parte frontal del vehículo veo primero a un hombre discreto, que ya ha pasado los cincuenta años, frente a él, un hombre de piel oscura, cadenas de oro le cuelgan del cuello, corpulento, no estimo su altura, pero con facilidad pasa los 90 kilos, la fila siguiente la ocupa el hombre de los chocolates. 

Los chicos reparten el botín sentados junto al hombre discreto y al hombre corpulento. Tal vez por las cadenas que ostenta en su cuello, el hombre de piel oscura se muestra visiblemente incomodo y preocupado, lo que luego deriva en molestia, sin mucha amabilidad vocifera:

- "¡Recuerden lo que se les dijo!"
- "¡Deben permanecer en el fondo del bus!" 


Acatan la orden como autómatas, inmersos en la pronta erradicación del hambre intenso y el regocijo producido por los gramos de chocolate se les ha olvidado la preocupación. 

Siento una molestia nauseabunda y recalcitrante, evoluciona en un sentir corrosivo, no soporto más y le reclamo con voz agitada:

- "¿Por qué los mandaste atrás?" 

Se da vuelta hacia mi y logra descifrar lo que digo, toma algunos segundos en procesar mis palabras con acento de extranjero. 

- "¿Por qué los echaste, si nada hacían?" 
- "¿Te estaban incomodando? " . "¡Si sólo comían los chocolates!"

Cualquier niño hubiese hecho exactamente lo mismo, repartir el preciado botín, degustar un manjar esquivo para quien vive en las condiciones que ellos lo hacen.

El hombre no me escucha, puede ser el ruido del motor, tal vez no quiso responder, permanezco en silencio, el también. Frustración número 2. 

Pasan algunos minutos, llega el punto de destino, los otrora hambrientos niños drogadictos saltan para alcanzar los cordeles que accionar el timbre de parada. Cordeles que son usados como alternativa a los botones ubicados en los pasamanos, los que regularmente no funcionan. Se alistan para la bajada, a pesar de todo, mientras bajan se despiden del conductor y del cobrador, dan las gracias. Están llenos de felicidad, ¿quien no lo estaría después de recibir chocolates de un extraño, cuando no se tiene nada y después de casi recibir un shock eléctrico por un gordo desquiciado? 

Los pasajeros dirigen nuevamente sus miradas hacia los delincuentes, a los asaltantes de manos pequeñas y voces agudas. Esperan que algo ocurra, que quiebren un vidrio, que insulten a alguien, pero los pequeños no pueden salir del alivio temporal generado por el cacao y la glucosa, ya haciendo efecto en sus pequeños cuerpos. 

Bajan del bus gritando agradecimientos hacia el hombre que pagó los pasajes, a coro le agradecen, emocionados golpean sus ínfimos pechos, cerca del corazón, en señal de respecto y aprecio. Extrañamente también se despiden del resto de los pasajeros. Tengo ganas de gritarles, decirles que se cuiden, que dejen el pegamento, que salgan de las calles, que los quiero!¿Quién soy yo para ordenarles o desearles algo, yo desde mi comodidad y vida sin problemas? 


Cuando el bus retoma la marcha, el hombre que había recordado a los niños cual era su lugar, comienza a recriminar al hombre caritativo, que volvería a casa con una caja de chocolates menos. Le reclama ahora con cierto alivio: 

- "Nunca hagas eso, cómo te ocurre?"
- "Esos chicos son peligrosos!".  
Lo encaraba con agresividad, el hombre interpelado no respondió, le miraba con relativa calma. 

No soporté verme en esa escena sin decir algo, sentí culpa de mi silencio y exploté. Desde mi asiento le grité, le cuestioné, le reclamé, que le había molestado tanto de esos niños, que mal le habían hecho, si ellos nada hicieron, libres de crímenes, su único pecado fue haber intentado viajar gratis. Gratis en un sistema de transporte ridículamente caro y graciosamente deficiente. 

Frente a mi cuestionamiento me replica ofuscado desde su lugar: 

- "Mi novia fue robada por un niño de esos, le robaron la cadena de oro que portaba, también en un bus". Me gesticula al mismo tiempo como le fue arrebatada.
"Ellos no fueron, no tienen porque pagar las culpas de otros!". Repliqué, pensando si dentro de mi rabia estoy hablando correctamente portugués.

Me descalifica, que no tengo idea, que no se lo que hablo, que no tengo idea del peligro, que no tengo respeto, que soy ignorante. Dispara contra mi. 

Refuto: Que idea tienes tu de lo que es vivir en la calle?  Crees que es un juego vivir en la calle? Crees que es fácil, ser pobre, negro, drogadicto, no tener padres ni hogar?

Me amenaza, me dice que tengo que tener cuidado con quien hablo, que no se quien es el, que puedo tener problemas, se me acerca en ademán amenazante. No le tengo miedo, pero tampoco me siento con confianza, no es mi tierra. Le pregunto si me está amenazando,  le reclamo que tengo derecho a hablar, de opinar, de  estar en desacuerdo, no le he ofendido a pesar de que mis palabras sean duras y toquen su orgullo. 

El calvo bondadoso me hace una señal de calma, de que no vale la pena discutir, y está en lo cierto. La adrenalina ya recorre libremente por mis venas, las palabras de amenaza me dejaron preparado para lo peor. 

Mi parada se aproxima, me bajo sin ganas, quiero decir la ultima palabra, me controlo, estoy atento si el tipo se me acerca, me controlo, me calmo, me bajo. 

Camino y al mismo tiempo, pienso que este tipo de situaciones no pueden ocurrir en el país del Mundial de Fútbol más caro de la historia, brota en mi cabeza la voluntad, intensas ganas de ayudar a niños en situación de calle, mil buenas intenciones me inundan, pero se que probablemente al pasar los días habré olvidado todo, y seguiré con mis vacías preocupaciones. 

 Sigo caminando, cerca de mi pasa una estadounidense, una gringa, también era pasajera, escucho a metros de distancia su inglés, su acento, el acento que tanto detesto. Relata que no puede creer que el tipo gordo tenía una arma de electroshock, agrega varios puntos de exclamación a su frase. Luego de una pausa, recapacita, asegura que ella necesita uno, porque no se siente segura. Frustración número 3. 


Fin. 

jueves, 24 de abril de 2014

Niños, Pascua de chocolates, buses y peligro.


Era tarde, una de esas noches que volvía a casa totalmente desanimado, esos momentos en que piensas porque no te quedaste en casa, leyendo uno de los tantos libros que no has terminado o viendo alguna película pirata, comprada en la calle o descargada. 

Estaba sentado en la parte trasera de la micro, el recorrido que me dejaría en mi parada en unos 30 minutos, podían ser unos minutos menos si el conductor fuese un ferviente seguidor de Ayrton Senna, ya  me he encontrado con algunos. 

Además del conductor y el cobrador (digamos, un cobrador humano) viajaban al menos diez pasajeros, como dije al inicio de este escrito, era tarde, minutos cerca de las tres de la mañana. 

El bus se detuvo repentinamente, descienden dos personas por la puerta trasera, al momento que el cierre de las puertas era accionado, subieron súbitamente cinco niños, todos de raza negra, cada uno de ellos con una botella plástica pequeña asegurada contra la boca o nariz, el líquido que contenían estos envases parecía ser agua, algo que podría pensar alguien lleno de ingenuidad.  

Este vehículo, al igual que la mayoría que circulan por la ciudad, cuenta con una barrera que impide el paso de los pasajeros impagos. Sólo el cobrador puede liberar el paso de los pasajeros pagos. 


Cobrador y torniquete. Fuente: http://mascarenhasadvogados7.wordpress.com


Subieron e intentaban permanecer escondidos, evitando ser descubiertos por los trabajadores del transporte. Vestían apenas pantalones cortos, sin zapatos ni sandalias, sucios y delgados. La reacción del resto de los testigos precipitó la mía: temor. Fue mi primera sensación, temor, recordé crudos robos vistos en TV, temor, la lluvia de escenas de violencia en los noticiarios que extrañamente miro. Crímenes, robos, asaltos, pistolas, sangre, muerte, delincuencia, pobres, delincuente, negro, favela, peligro; los medios pregonan. 

La mirada de todos se situaba atrás, en el fondo, en la puerta de salida, el peligro de estos niños de entre 5 y 8 años no deja a nadie calmo, estos monstruos, los pequeños godzillas, amenazaban la seguridad de las personas ahí reunidas. 

El alboroto causado por estos niños, que sin éxito intentaban esconderse de la mirada fiscalizadora de los trabajadores, hombre-conductor y humano-cobrador, fue interrumpido de sopetón:

- ¡Abajo!
- ¡Todos abajo!

Gritó el cobrador, con voz firme y determinada, me preocupo por la reacción que este tendrá si los pequeños embotellados no obedecen, al mismo tiempo por la reacción que ellos tendrán. He visto buses ser apedreados, cuando no se les permite viajar en ellos. 

Permanecen inmóviles frente a los gritos,  perplejos y atemorizados, veo sus reacciones, a pesar de que a algunos las botellas les cubre la mitad de la cara, a pesar de que a otros los paños untados con pegamento les cubren la misma mitad de la cara. Permanecen algunos segundos en la misma posición.

Meninos de rua (Dibujo: Luis Carlos Martins Roteir )
La incomoda expectación se rompe cuando uno de los pasajeros se aproxima hacía donde los niños se esconden. Es un hombre de al menos un metro y ochenta, no pesa menos de 110 kilos. Se acerca con actitud amenazante, lo delata la mirada alterada pero alerta. En este momento, el olor a pegamento, el aroma del tolueno se hace insoportable, estoy a apenas un metro de las botellas a medio llenar del químico. Estoy en el punto medio entre el gigante y David. 

Si, aspiran cola, inhalan neoprén, huelen tolueno, comen cola de sapateiro. Los engendros sin ropa, sin zapatos, buscan olvidar que lo son, el efecto les altera la conciencia, escapar al peso de la realidad, olvidan que son despreciados, escapar del mundo donde el volver a casa es en realidad volver a otra calle. Terminan el día envueltos en cartones, sábanas sucias, los más afortunados aún conservan las donaciones de alguno de los 2 millones de turistas que colapsaron la ciudad durante la visita del nuevo Papa argentino; coloridas mochilas de nailon, sacos de dormir, ropa. 


 Observo la cara de este hombre, continua alterado, la parte alta de su cara está profundamente sudada, el reflejo de la luz en las gotas de agua salada iluminan aún más el espectáculo. Su estomago hinchado no permite que su camisa verde-clara-a-cuadros llegue a cubrir completamente la protuberancia. El cabello descolorado delata que ha pasado los cincuenta, cadena de oro en su cuello negro, también sudado. Aprieta firmemente un objeto en el puño derecho, distingo un objeto rectangular y negro, dos puntas salientes de metal me indican lo que porta, un arma de electrochoque


Continuará...



Link a parte 2 (será publicada autómaticamente el 27/04/2014 a las 20:00) 

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martes, 22 de abril de 2014

Ron




Entré al MAM (Museo Arte Moderno de Río de Janeiro), quería ver en vivo las increíbles esculturas de Ron Mueck, el australiano que realiza perfectas figuras humanas, a tamaño real y a escala, con detalles que sorprenden la vista de cualquiera. Con un poco de imaginación, casi es posible ver a las esculturas respirar y pensar,. imaginar es verlas hablar, es pensar en su historia, es ponerlas en un comienzo y en un fin, es verlas congeladas en el tiempo por un caprichoso creador. 


Auto retrato
AutoRetrato.

Quedé impresionado con la perfección de los detalles: los pliegues en la planta del pie, uñas cortas y otras ligeramente largas, arrugas, pelos, barbas, vellos púbicos, un pene circuncidado, imperfecciones de la edad y el sobrepeso. La textura de la piel invitaba a peñiscar y tener seguridad plena de que se enfrentaba a seres inanimados y no muertos muy bien conservados. 

Mi impresión fue grande al ver algunos espectadores, principalmente  porque también eran muy reales y dudé siempre de su veracidad. Hay quienes miran en detalle y graban la imagen, la idea, el recuerdo, la vivencia fija del pasado. Hay otros que aprecian más la imagen propia en la obra, como si el mezclarse con ella le diera universalmente un valor agregado. Como si debiese probarle a alguien la veracidad de la presencia en el lugar.  "Aquí, yo, pruebo que estuve aquí, por si las dudas, mi cara aquí, mi cara aquí también" 


Hanging Chicken
Hanging Chicken (Photo credit: kMuru)
No pocos de estos personajes (aún dudo de su autenticidad) prestan poca atención a las personas-obras, cumplen el neo ritual de posar, sonreír, mirar al centro, intentar tocar y grabar. Otros apenas miraban los trabajos, pasan raudamente y el acompañante-cómplice grababa la imagen, cada parada en menos de un minuto. Algunos más confiados y audaces se alejaban algunos metros y alzan una o dos manos al aire, abusando del efecto de perspectiva, querían dar a entender que lograban tomar, tocar y apretar la persona esculpida o incluso al pollo semi-degollado que yacía colgado de las patas (naturaleza muerta, bien muerta)



Una chica muy linda, de pantalones cortos y ajustados, cabellos negros y largos, se quitó unos zapatos de tela blancos. Se recostó en el piso frío, y posó y posó, una, dos, cincos fotos, hasta concluir que la escena de ella con los abuelos playeros había quedado perfectamente encuadrada e iluminada, más producto del azar que de la habilidad técnica del cómplice.  Su postura en el piso llamó mi atención, reclinada, de manos apoyadas en el piso y rodillas arriba, tal como una modelo en foto de calendario, en pose de playa, semi desnuda o semi vestida. 

Paparazzis sacan una y diez fotos, no miran, la cámara mira por ellos, siguen al próximo objetivo y siguen el ritual. 
Es el objetivo en sí mismo el grabar, el probar haber estado.  
O el hecho de estar en el lugar es suficiente ? 
No distingo en algunos el disfrutar y el apreciar. Será que el "yo" en el "lugar", vale más que el yo disfrutando y sin pruebas? 

Podría ser que el usar esta prueba en un perfil de alguna red social de moda, vale más que la vivencia misma? 
Algunos días de esos oscuros, creo que en la irracionalidad de accionar en grabar recuerdos más que en accionar en generarlos. 

PS: Una vez escuché a un turista al mostrarme sus fotos con un conocido monumento, "está foto vale mucha plata". Y Pensé: claro, el pasaje de avión, la estadía, el transporte hacía el monumento, la entrada al monumento, efectivamente valía bastante plata, a pesar de ser un cincuentón aburrido y feo con un cristo detrás. 

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